Amado Nervo

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Hoy recordamos el aniversario 103° del fallecimiento (1919) de Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, cuyo seudónimo fue Amado Nervo, quien nació en Tepic, Nayarit, México, el 27 de agosto de 1870.
Sus primeros años de vida fueron marcados por dificultades económicas, debido a que quedó huérfano de padre a la edad de 9 años. Sin embargo, este hecho fatal no le impidió seguir sus estudios primarios en Michoacán, donde se destacó académicamente por su alta inteligencia y compromiso con los estudios. Luego, en Zamora se dedicó a estudiar ciencias y filosofía. De hecho, llega a estudiar leyes dentro de un seminario sacerdotal, pero debido a los problemas económicos, abandona estos en 1891.

Amado Nervo, fue un destacado poeta, escritor y periodista. Resaltó en su obra la elegancia de su prosa y su estilo modernista al cual generalmente se le asocia. Sin embargo, muchos no lo catalogaron como modernista debido a los matices místicos, espirituales y melancólicos de su obra.
En 1900, viaja a París como corresponsal del diario El Imparcial para cubrir la “Exposición Universal” de dicha ciudad, allí residió dos años. Entabló amistad con el poeta nicaragüense Rubén Darío.
Estando en París conoció a la que se convertiría en la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, con quien compartió su vida entre 1901 y 1912, y cuyo prematuro fallecimiento fue la fuente dolorosa de inspiración que se aprecian en los versos de La amada inmóvil (1922), obra maestra, publicada póstumamente.
En ámbito periodístico formó parte de la redacción de los diarios: El Universal, El Nacional y El Mundo.
La muerte de Nervo fue provocada por la uremia, en Montevideo el 24 de mayo de 1919, cuando tenía 48 años; su cadáver fue trasladado a México por el crucero Uruguay, escoltado por el crucero argentino 9 de Julio. Al llegar a La Habana se unieron los buques Zaragoza y Cuba.
En México se le tributó un homenaje sin precedentes.

Les proponemos esta joya poética:

En paz

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!