Columna de Cristián Warnken: ¿Adiós? (Nicanor Parra)

Hasta siempre Maestro Nicanor Parra (san Fabián de Alico, Biobío, 5 de setiembre de 1914 – falleció el pasado 23 de enero del presente año, en La Reina, Santiago de Chile) poeta, físico y matemático cuya obra literaria ha influido enormemente la literatura hispanoamericana. 

Les compartimos el artículo “¿Adiós?“del poeta chileno Cristián Warnker

 Cuidado con convertirlo en estatua. Hay que puro releerlo, si hay una poesía con muchas dimensiones es la de Parra. Y en Chile somos expertos en hablar mucho de la vida de los poetas (“farándula de altura”, decía Raúl Ruiz) y no leerlos. Esa es una forma de relegarlos al peor de los olvidos. Yo una vez dije que Parra le había dado un Golpe de Estado al idioma español (el de España, el de la RAE, y la poesía): ese juicio le gustaba mucho a Parra. Con su muerte, (que cierra el proceso que comienza con ese “golpe”) comienza la Transición a un nuevo idioma, a una nueva poesía que todavía no existe.

 A Nicanor Parra lo fui a visitar varias veces a la casa de La Reina entre los años 80 y 90, en una época en que todavía no se le rendía este culto a la personalidad que se le rinde hoy. En Chile pasamos del “ninguneo” (verbo acuñado por G. Mistral) al culto a la personalidad. Mucha gente no le perdonaba, entonces, que se haya tomado un té con la mujer de Nixon: eso fue el “Parragate” inflado por un sector de una izquierda intransigente y ortodoxo que nunca pudo rimar con el Parra anarquista y taoísta.

En una de esas visitas, recuerdo que sentí un fuerte olor a gas. Le dije a Parra, pero él lo minimizó: pero tengo un olfato imbatible en estas lides, y tanto insistí, que salvé a Parra de una explosión. En realidad, la poesía de Parra ya había sido la explosión más radical de la poesía en español: la demolición o deconstrucción de la “Casa del Ser” (esa que Heidegger consideraba que era la Poesía). Esa misma vez, me leyó unos “poemas de la chochera”, así los llamaba, textos melancólicos que probablemente eran parodias de la melancolía, pero que en los que yo sentí emerger una cierta tristeza de un Parra que estaba entonces muy solo.

Siempre me impresionó que un poeta de la envergadura de él se haya quedado en el “horroroso Chile” (la expresión de Lihn) de los 80. Después agradecí que en esos páramos, uno haya podido tener a la mano a voces como Lihn y Parra, en un país desmembrado, silenciado y apagado. El sabía que yo estaba en la otra orilla de la guerrilla literaria chilena: mi poeta más admirado y cercano era Eduardo Anguita, de una misma generación que la de Parra, pero en las antípodas de su poética. Pero Parra respetaba a Anguita, tal vez por el humor del poeta metafísico en su “Misa Breve” (el más parriano de sus poemas metafísicos). Hasta ahí no más llegaba su simpatía con los poetas crípticos o “rilkistas”. Una vez lo estaba entrevistando para una revista y partí la conversación citándole unos versos de mi amado y olvidado poeta Omar Cáceres. Parra montó en cólera, como un energúmeno y me dijo: “Eso no existe, Cristián se acabóooo…”. Se refería a la poesía oscura que reinaba en Chile antes de la irrupción de la antipoesía. Esos juicios radicales lo dejaban a uno patitieso. Era difícil rebatirlo, claro. Como cuando una vez me espetó: “la culpa de todo la tiene Homero, Cristián”. ¿Qué se puede responder a eso? En el periódico poético Noreste, que circulaba en la década del 80, lo entrevistamos, pero también lo invitamos a tener una columna permanente en nuestro periódico. Me impresiona que haya accedido, y ahí están varios artefactos publicados en nuestro pasquín nietzscheano. El diría más tarde “Noreste es la poesía de pasado mañana”. Pero el recuerdo más emotivo lo tengo cuando, a fines de los 80, Parra me llevó en su auto a Santiago desde las afueras y se detuvo frente a una casa y me dijo que ahí había surgido el poema “El hombre imaginario”. Yo siento que ahí Parra se desnuda como en ningún otro poema, ahí toca la zona muda de su propio dolor, un dolor sin adjetivo, un dolor sustantivo. Parra me contó los pormenores del poema y mientras lo hacía, unos pastores evangélicos cantaban a voz en cuello en una esquina. Igual que en el poema mismo:

“Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario/
entonando canciones imaginarias/
a la muerte del sol imaginario”.

Hay muchas más historias, retazos de la memoria que dejo en el tintero. Muchas. Lamento no haberlo ido a ver en los últimos años, no quería molestarlo ni ser parte de la procesión del “culto a la personalidad” que se le prodigó. No me gusta Parra convertido en “pequeño Dios”, no me gusta Parra en el Olimpo como Dios único, Olimpo que él vació de los otros poetas. Cuidado con convertirlo en estatua. Hay que puro releerlo, si hay una poesía con muchas dimensiones es la de Parra. Y en Chile somos expertos en hablar mucho de la vida de los poetas (“farándula de altura”, decía Raúl Ruiz) y no leerlos. Esa es una forma de relegarlos al peor de los olvidos. Yo una vez dije que Parra le había dado un Golpe de Estado al idioma español (el de España, el de la RAE, y la poesía): ese juicio le gustaba mucho a Parra. Con su muerte, (que cierra el proceso que comienza con ese “golpe”) comienza la Transición a un nuevo idioma, a una nueva poesía que todavía no existe. La muerte de Parra es para los que creemos que la poesía chilena es lo más consistente que tenemos, como la muerte de Dios. Y si Dios ha muerto, “hay que bailar foxtrot sobre la tumba de Dios” (Huidobro). O mejor hip-hop.