Nació en Salaverry, Trujillo, Perú, el 30 de setiembre de 1935 – 21 de agosto de 2017. Arturo Corcuera bien podría ser considerado un poeta del grupo de los que se iniciaron en la década del 50, pero temperamentalmente pertenece a la primera promoción de los años 60.
Tempranamente conoció la poesía de Romualdo y encontró en ella inspiración, pero poco a poco fue a adquiriendo una voz propia y original de honda cepa española.
Arturo Corcuera a escrito una amplia variedad de poemas en los cuales utiliza el verso libre, los cuartetos, romances, canciones. Obtuvo el premio nacional de poesías en 1963.
Ha llegado a publicar entre otros muchos libros los siguientes: Cantoral (1963), El grito del hombre (1967), sombra del jardín (1961), Noé delirante (1963), Primavera triunfante (1964), Poesía de clase (1966).
En Noé delirante, su libro más célebre que a merecido numerosas reediciones, Corcuera hace gala de un humor y un espíritu lúdico que le han dado justa fama.
En su caso, en verdad raro, el espíritu infantil convive con la reflexión del adulto. No hay animal que no llame su atención, por diminuto que sea, por poco importante que parezca. Tampoco hay mito que lo deje indiferente.
Corcuera cree en las sirenas, del mismo modo que execra del pato Donal, una de las víctimas de su sarcasmo.
Partidario de las greguerías, los juegos de palabras del escritor español Gomes de la Serna, Corcuera crtíca risueñamente al Búfalo Bill, al ratón mickey, al lobo feroz.
Literalmente, todo mito contemporáneo es zaherido por su musa rebelde y al mismo tiempo festiva.
A continuación, les invitamos a leer el “Poema para ser leído bajo un paraguas”
El paraguas es una flor que se abre con la lluvia
Se humedece más que el amor en los bulevares de una
noche de invierno.
Cuando los amantes se separan el paraguas llora en un
rincón junto a sus pares cerrados como murciélagos
dormidos.
No le teme al zigzag de la daga con que amenaza el rayo
ni se inmuta ante la voz tronante de la tormenta. Hace
buenas migas con la garúa, a quien tiene por mojabobos,
llamándola chirimiri o chipichipe.
En las estaciones secas el paraguas perrnanece mustio, se
conduele de los desiertos, de los páramos, de la orfandad
de los hombres del campo: “corazón de agua,/ corazon
de tierra,/ ay que pequenita/ se quedo mi siembra”.*
Los hongos enanos sueñan crecer y volverse paraguas. Es
curioso verlos, después del temporal, de lo mas frescos,
limpios, vestidos de blanco.
Los parasoles son su familia, pertenecen a otros climas, se
abren cuando el Sol esta en plenilunio dorado y el aire
se guarece bajo sus alas para proporcionar sombría y
refrigerio.
Nada mas semejante a mi melena que un paraguas en una
mañana coronada de nieve.
Pobres paraguas míos, descendidos de cielos remotos,
colgados del perchero como oscuros murciélagos,
paraguas con los que recorrí calles adoquinadas, caminos
de herradura, pasadizos perdidos, paraguas que duermen
en soledad y sueñan con una nube negra y gorda,
dispuesta a abrir sus represas sobre Lima, la dorada
Lima, donde no llueve y esta tarde me quita las ganas de
vivir.