Leer y amar a JULIO CORTÁZAR
Recordarlo en París o en las casillas pintadas con tiza en el suelo del barrio para jugar Rayuela, hace bien. Cumpliría hoy 104 años.
Entonces vas primero a buscar más libros, de ahí pasas a las entrevistas, luego a las biografías y si tienes suerte, a las cartas o diarios. Es una obsesión saber más de esa persona que parece tener tanto en común contigo, con quien pasas un rato tan agradable. Personalmente, disfruto de los libros que me hacen reír y llorar un poco, que me hacen pensar, conocer, aprender; en fin, que me mueven algo.
Julio Cortázar,ese enormísimo cronopio
Mi proceso particular con Julio Cortázar inicia por el 98 o quizá el 99 cuando frecuentaba mucho un boliche llamado La Bodega, antro al que acudía buena parte de la fauna bohemia nocturna de mi generación. Cortázar era de esos nombres que salían en las conversaciones de amanecida, lo que me generó curiosidad y entonces pedí a mi madre que me regalase un libro suyo en Navidad. Así recibí el volumen 1 de Cuentos Completos, que contiene sus primeros libros de cuentos, entre ellos –obvio– el infaltable Historias de Cronopios y Famas. Me quedé alucinado por su imaginación; llegué incluso a escribir mis propias instrucciones para “n” actividades, por supuesto con mucho menor talento y creatividad, pero siempre en el marco del juego, que es quizá una de esas esferas cortazarianas que odias o amas. Recuerdo haber leído estos cuentos y sentirme francamente fascinado, envuelto en un mundo nuevo, diferente, suyo, y es que las palabras para Cortázar son como gotas, y su cerebro y corazón como un embudo que tiene en la punta un filtro y un aspersor: sientes que todavía te llega la lluvia pero es una que nunca habías sentido antes.
Luego leí Rayuela –obvio–. No me enganchó al principio porque hice caso de la nota introductoria y traté de leerla en cualquier orden. No lo recomiendo. El orden consecutivo es mucho más interesante. Horacio me provocaba algo complicado: yo también me sentía un indeciso sin rumbo, al igual que él, salía a caminar por las calles sin pensar a dónde ir, y al final siempre pasaba algo: observaba a la gente, encontraba amigos, conocía a otros, en fin. Como músico quedé muy colgado con la historia de Bertha Trépat, aquella señora mayor que tocaba para dos o tres personas.
Luego pasé a los audios grabados por Cortázar leyendo cuentos y algunos fragmentos de Rayuela. Mi primera impresión fue “qué horrible pronuncia la r”, luego pensé que se notaba que él intentaba no ser formal a diferencia de otros escritores que, al leer sus obras, parecen querer dar un aire de solemnidad y terminan lanzando cloroformo al ambiente. De ahí, ya con una voz en mi cabeza y gracias a que conocí a Verónica, mi esposa, pasé a 62/Modelo para armar y a la famosa entrevista en televisión española en la queCortázar se burla –por momentos– de Joaquín Soler Serrano, quien describe con tanto detalle los libros del escritor, que el propio Cortázar dice algo así como: “no sé para qué estoy acá, si parece que tú sabes más de mis libros que yo mismo”.
Más adelante encontré los tres tomos de cartas y algunos libros más personales como Clases de Literatura o La vuelta al día en 80 mundos, y es ahí donde realmente llegué a la conclusión de que este tipo hubiera sido mi amigo; de que es alguien divertido para pasar el tiempo; que juega, ríe y aprende muchísimo. En sus cartas se puede conocer la verdadera relación que tenía con algunos escritores, Vargas Llosa por ejemplo, o con Pizarnik, a quien Cortázar reflexiona categórica pero tiernamente por lo que parece ser un intento de suicidio. Ya todos sabemos cómo termina esa historia. Hay también una divertida carta al traductor de Historias de Cronopios y Famas con aclaraciones sobre la traducción. La carta es tan vívida como escucharlo a tu lado, además es graciosísima y me aclaró algunas ideas sobre esos cuentos.
Quizá la lección más valiosa que me deja Cortázar es desaprender, es salir de la rutina, ver todo como un juego, como si la vida fuera plastilina y cada uno la pudiera hacer tan suya como quisiera y tan plena como desee. Entender que toda la enseñanza de la etiqueta, el protocolo, el esnobismo, el intelectualismo, son absolutamente banales y prescindibles.
Hace unos años fui a París y acordamos –Verónica y yo– que fuera a algunos de los lugares que se relatan en su obra. Fui al barrio latino, al restaurante Polidor de 62/ Modelo para armar, que sigue ahí y tiene las mismas luces que Cortázar describió hace sesenta años; no vi al comensal gordo, pero me di una vuelta por el Pont des Arts a ver si estaba La Maga. Fui a visitar la tumba de Cortázar en el cementerio de Montparnasse y una vez ahí me di cuenta que lloraba: sería la fuerza de “bienvenir” y despedir al mismo tiempo a ese amigo que me había hecho pasear tanto y con quien estuve horas riendo; a ese cómplice para evadir al mundo, que le dio vueltas a mi cabeza y la abrió para que entre el cosmos… Tantas horas de complicidad y de acompañarse sin tener algo físico a qué decir gracias o adiós. Todo eso había llegado a su cima. Estaban ahí Lucas y las criaturas verdes bailando tregua, todas las nostalgias de Horacio esperando a La Maga, estaba el profesor de Chivilcoy, el traductor de la ONU, Bertha Trépat; todos en una congestión más larga que la de La Autopista del Sur. El 26 de agosto, Cortázar cumpliría 104 años y seguro seguiría siendo el eterno niño gigante que juega con las palabras, una de ellas: el mundo. ¡Feliz cumple, Maestro!
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